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La reivindicación de la conservación y puesta en valor del puente del Hacho en las inmediaciones de las localidades de Alamedilla y Guadahortuna es tan antigua como el momento en que dejó de tener uso y, que gracias a las presiones de la sociedad granadina y a las gestiones de varias instituciones provinciales, se evitó su voladura y achatarramiento allá por 1979, como había ocurrido meses antes con el de Gobernador. Los años han pasado, y el deterioro es manifiesto, nada se ha hecho desde entonces, salvo incoar los correspondientes expedientes que lo catalogan como Monumento Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural, categoría monumento. Cuando se han encendido las alarmas sobre su futuro, las administraciones competentes se han puesto manos a la obra y han conseguido arrancar la voluntad de cesión de su uso al Adif en favor de los Ayuntamientos de Alamedilla y Guadahortuna, con la mediación de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. El primer escollo ya ha sido superado y ahora se da luz verde a una nueva etapa donde hay que buscar los recursos que permitan la puesta en valor del puente y del entorno de la estación de ferrocarril. Desde Agraft felicitamos a la Plataforma Puente del Hacho y a los Ayuntamientos de Alamedilla y Guadahortuna, por su constancia y lucha constante por la defensa de esta joya del Patrimonio Industrial de finales del siglo XIX, expresamos nuestro deseo de colaboración y apoyamos cuantas iniciativas se encaminen a la conservación y revalorización del puente y su entorno.
Breve historia del puente: El puente del Hacho está situado entre los municipios de Alamedilla y Guadahortuna (Granada), en la línea de ferrocarril Linares-Almería. La Compañía de los Caminos de Hierro del Sur de España encargó a la sociedad francesa Fives-Lille la construcción de la línea Linares-Almería. El estudio de la línea férrea fue redactado y firmado por los ingenieros de dicha compañía, Duval y Boutilliea. El autor del puente nos es desconocido, dada la desaparición de los archivos de Fives-Lille durante la Primera Guerra Mundial, pero si sabemos que estos ingenieros, de gran prestigio, colaboraron con Alexandre-Gustave Eiffel en proyectos emblemáticos. El puente del Hacho fue construido aproximadamente por los años 1886-1895. El 22 de marzo de 1898 quedó abierto a la explotación pública el tramo comprendido entre las estaciones de Alamedilla-Guadahortuna a la de Alicún, en cuyo trayecto se había construido el mencionado viaducto.
Descripción técnica: El puente de hierro del Hacho es una obra dispuesta transversalmente sobre un amplio valle, el del río Guadahortuna; consta básicamente de tres tramos y está sustentado por once pilastras –siete de hierro y cuatro de piedra- y dos estribos de piedra, uno en cada extremo. La peculiaridad de este puente estriba en que los perfiles estructurales con que está construido son de tres tipos exclusivamente: ángulo, pletina y “U”, efectuándose la unión entre los distintos perfiles mediante roblones |
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IDEAL ( DOMINGO 3 DE FEBRERO DE 2008) Un grito desde el puente MANUEL TITOS MARTíNEZ
Cuando se reunió el comité encargado por IDEAL de seleccionar los testimonios del pasado de Granada que pudieran ser considerados por los lectores merecedores de la distinción de maravilla de la provincia)), fue intención de los reunidos que estuvieran presentes todas las comarcas, todas las épocas, todos los estilos y todas las artes, incluidas las industriales. Y que, de vez en cuando, se diera preferencia a lugares poco conocidos o semiabandonados, otorgándoles una oportunidad para mejorar su destino. Es el caso del puente del Hacho que, como era de esperar a la luz de los avances que periódicamente ha ido realizando IDEAL y de los resultados publicados el pasado día 30, no ha resultado seleccionado.
Desde luego, por mi no ha quedado. Propuse su incorporación a la lista primitiva contando con el entusiasmo de algunos y con la complicidad de todos los miembros de aquella comisión y he votado por él tantas veces como he entrado en la edición digital de este periódico. El hecho de que no esté en la selección final es una muestra de la imparcialidad del proceso selectivo. porque si como presidente de la comisión hubiera estado en mis manos alterar el resultado, no estoy seguro de que no lo hubiera hecho. Así que la lista final, con buen criterio colectivo, es la que han decidido los lectores de IDEAL, aunque a mi me hubiera gustado ver consagrado con esta calificación un viejo mito romo El Puente, vinculado a los recuerdos de mi infancia y de mi tierra. Algo, además, destacable por su propia importancia constructiva y por su singular belleza de diseño, que le hacen ser el puente más grande y el más hermoso de los viaductos de la época más revolucionaria que, en el ámbito de las comunicaciones, ha vivido la humanidad: la del ferrocarril. Tan solo me ha emocionado tanto otro puente, el del río Kway, que el cine nos mostró en aquella inolvidable película de finales de los cincuenta. Recuerdo que la ví en el cine Dengra de Baza, junto con Mobby Dick y desde entonces ambas han formado parte de los inolvidables recuerdos de mi niñez.
En realidad, no era fácil visitarlo. Estaba en el limite de Guadahortuna y Alamedilla, más que separando uniendo los dos municipios, pero en un sitio por el que los de Guadarhortuna no pasábamos nunca, a diez kilómetros del pueblo. que en los cincuenta eran como un año luz. Solo se iba a la estación para emprender algún viaje, pero y quién iba de viaje en los cincuenta y, más aún, desde un pueblo como Guadahortuna?
Alguna visita a Jódar, que estaba a poco más de veinte kilómetros pero que había que hacer en tren porque entonces, en el pueblo, no había ni un solo coche, o a despedir a mi tía Emilia que se iba a Bilbao. A recoger todos los veranos a mis primas que venían del norte. Todo ello en un carro mulero de los que fabricaban en el taller de mis tíos y de mi padre. El que había fundado mi abuelo en los años veinte y que ahora llevan algunos de sus biznietos.
En realidad, siempre fue una leyenda más que una presencia viva. Algo que iba y venía por la imaginación, asociado al ferrocarril, a los viajes, a la huida, a los rascacielos de Nueva York, de los que venía un dibujo en la enciclopedia Álvarez y que alguien decía que de verdad existían, como aquellas sequollas del Canadá en cuyo trunco habían hecho una perforación por la que pasaban orgullosos los automovilistas con sus inmensos coches americanos. Decían que se podía pasear por debajo de la vía, circulando por un nivel inferior que iba de punta a punta del puente. Que había balcones para refugiarse por si venia el tren. Que por el interior de las pilastras había escaleras por las que se podía bajar hasta el río. Que al final del puente la vía se la tragaba un túnel que terminaba cerca de Jaén. El misterio de un túnel al final del puente. Qué lugar tan idóneo para rodar esa escena tantas veces repetida en que la locomotora, chorreando de humo, se adentra silbando y a todo vapor en la negrura circular de lo desconocido.
Bueno pues todo eso que decían era verdad y lo sigue siendo. No quiero en este artículo ser erudito v no trato de convencerles más que con el sentimiento, pero créanme: es una de las obras de ingeniería ferroviaria más valientes, difíciles y hermosas que existen en el país. Lo redescubrí más tarde y confieso que algún viaje de regreso de Madrid lo hice en el antiguo Ter porque en las tardes largas del verano, cuando el tren pasaba por el puente nuevo, el de hormigón, se podía ver como una ráfaga que se colaba por las ventanillas el monumento en hierro que es el puente del Hacho.
La única vez que no he querido verlo fue en un video que trajo mi hijo en el que alguien lo grabó tirándose por todo lo alto amarrado a unas cuerdas practicando un extraño deporte al que llamaban “puenting”. No fui capaz. Su descarga de adrenalina podría haber provocado mi infarto y ya voy siendo cada vez mas adicto a la sabia recomendación de Lope: “Busquemos el gozar/ que el penar nos viene/ sin le buscar”.
Ahora he vuelto. Llamé a un paisano para preguntarle donde podíamos comer, él se lo dijo al alcalde y al final se organizó una pequeña recepción en la que tuvimos la más noble compañía que me podía imaginar. Era un viaje en el que quería mostrar a mis amigos con orgullo algo que es de mi pueblo, de mi tierra y que, en la pequeña parte que me toca, también es mío.
Regresé, sin embargo. deprimido por el lamentable estado en el que el puente empieza a encontrarse y con los mismos deseos de gritar que el anónimo y desesperado protagonista del cuadro de Munch, que pareciera haber sido creado para esta ocasión. Abandonado como un poblado del Oeste donde se han acabado el agua y el oro. Reventando por la acumulación de óxido que se está firmando y engordando entre los perfiles, las chapas, las tuercas y los roblones. Con abundantes traviesas de madera partidas o arrancadas. Con una de las compuertas que dan acceso al paseo inferior, el que discurre por debajo de la vía de uno a otro extremo, arrancada de cuajo.
Sobre las traviesas y entre los dos raíles del tren, había en todo su recorrido gruesas chapas de hierro que daban seguridad y permitían otro paseo superior jalonado, como decía más arriba, de balconcillos colgados sobre la enorme altura del barranco; pues bien, parte de esas chapas han sido arrancadas y tiradas al fondo del río, para ser desde allí cargadas en remolques y vendidas a los chatarreros. Todo, en fin, en unestado de decrepitud y abandono propio de un lugar del tercer mundo, pero no de un país que pretende erigirse en modelo de los menos adelantados.
Alguien tiene que ir a verlo, alguien con poder y con sensibilidad. Alguien con capacidad para mover voluntades y presupuestos y para decidir. Mis paisanos y los de Alamedilla, que a ambos afecta el asunto, tienen que conseguir que vaya por allí Chaves, Magdalena, algún consejero, un Delegado sensible, un Presidente de algo…, en fin, quien sea, pero que pueda adoptar medidas urgentes para salvar aquel monumento de una ruina sofocante.
Hace más de diez años, con motivo de centenario, Miguel Jiménez y yo decíamos en este mismo medio que el puente estaba razonablemente bien y que apenas necesitaba una buena limpieza y una sólida capa de pintura, pero que sino se realizaba pronto la misma, en diez años su situación sería muy distinta. El pronóstico se ha cumplido. Si no se actúa inmediatamente, dentro de otros diez años no contaremos con él y sólo nos quedará el testimonio de aquellas hermosísimas fotografías que tomó Garzón cuando se estaba construyendo, allá por 1896 y que con tanto celo guarda Carlos Sánchez en su monumental tesoro gráfico de Granada, una de las cuales nos ha prestado para ilustrar este artículo. Entonces vendrán las lamentaciones.
¿Qué posibilidades tiene? Muchas si se tiene en cuenta que allí mismo existe otra joya, un pequeño puente romano, que tendrá su calzada enterrada, una presa al parecer también romana y un paisaje agreste y singular. ¿Se imaginan un trenecillo con una máquina de vapor circulando por encima y haciendo el viaje hasta el puente del Salado, ya en Jaén, con visita guiada a ambos puentes, ejemplo magnífico de la ingeniería industrial del diecinueve? Sería realmente conmovedor.
Si creen que exagero aprovechen un día para visitarlo. Luego, quédense a comer en alguno de los bares y mesones del pueblo (los extraordinarios embutidos y el choto en sus distintas preparaciones pasarán a formar parte de sus mejores recuerdos culinarios) y luego pásense por la panadería de Calito y llévense como recuerdo para una ulterior merienda unas tortas de manteca.¡Ah! Y antes de marcharse, pasen por la iglesia del pueblo, cosa de un tal Siloé, que reprodujo en su fachada, aunque a menor escala, la parte inferior de la Puerta del Perdón de la Catedral. Y si está abierta, échenle un vistazo a la impresionante armadura, del más hermoso mudéjar que existe, que cubre la nave principal. Seguro, que por unas razones u otras, volverán.
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